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Nota

Claro: vivimos el día a día en la capa más superficial de todas. Esto es algo de lo que no podemos escapar. Nos debemos adecuar a la realidad, que es vivir gran parte del día en la superficialidad. La eficiencia de los actos: prender la cafetera, responder el mensaje de correo electrónico, vestirse, cerrar la puerta. Ah. La eficiencia de nuestros actos superficiales. Es decir, que ellos sean exitosos: “logramos prender la cafetera; logramos pagar la cuenta”. Pocos actos son trascendentes y trascendentales (dentro de ellos, la recepción de los sacramentos). No hay opción diferente: parece que debemos vivir mayormente en la superficialidad del día a día. Y dentro de esa superficialidad, hay algunos respecto de quienes frecuentemente nos preguntamos: ¿cómo logran vivir? ¿Cómo logran hacer cosas? Porque vemos un aparente desorden, un aparente desdén. Quizás estemos engañados y los realmente virtuosos son ellos.


Aunque para esa superficialidad imponente se encuentra la solución cristiana que consiste, entre otras cosas, en procurar trascender. No es nada fácil; equivocarse y errar en cambio sí. Estamos perdidos y vivimos perdidos.

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