Una conciencia permanente de los aspectos biológicos de nuestra existencia, sobre todo de aquellos que, quizás por imposición cultural y por simple instinto, resultan más desagradables, debería hacer que extirpáramos cualesquiera signos de arrogancia o soberbia inmediatamente, o por lo menos, que nos sintiéramos muy mal al ver que ellos se asoman. A eso se le puede unir un reconocimiento sincero y constante de todos nuestros errores y pecados. Como dice aquel: "que tú también has cometido errores"...
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