Poco a poco, a lo largo de cada año de vida, y tal y como ocurre cuando uno se despierta por la mañana, el ser humano (al menos el que es inteligente y bueno) sale del sopor del sueño, y percibe la realidad de manera más precisa y aguda. Si en su espíritu predomina la bondad y en su mente la razón, él actuará para el bien objetivo de sí mismo y de los demás.
Este proceso en virtud del cual el ser humano (o la mayoría de seres humanos) se despierta cada año un poco más, hace que él note cómo, desde la infancia, fue arrastrado sin querer hacia situaciones y personas que quizás no eran las mejores ni las más sanas o apropiadas. No existió un consentimiento de su parte; simplemente no había otra opción diferente a aceptar esa realidad impuesta.
Y frente a ello, en el caso de un ser humano bueno, creo que lo prudente es siempre abandonarse a la providencia de Dios, y pedirle a Él que lo que objetivamente fue malo o negativo, lo transforme en algo bueno y positivo.
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