Una década después de haberlas compartido, sí me parecen desmedidas unas expresiones personales de amor personal a Estados Unidos.
Pero debo defenderme.
En otros textos (y subtextos) hice distinciones.
Era el amor a lo que percibía como elemento clave respecto de lo que es y representa ese país:
La libertad.
El amor que profesaba y que sigo profesando a Estados Unidos siempre ha tenido distinciones.
Gran parte del enamoramiento reside en el deseo de pensar ampliamente, de destruir las barreras, de acercarse a la visión del otro, del logro efectivo de avance y progreso. También se explica en que admiro sus círculos cultos y los postulados desarrollados en su Constitución.
Y mi sentimiento no se debilita en razón de que las dinámicas y vivencias —así como las actuaciones y palabras tristes y desafortunadas de algunos personajes tóxicos— sean todo lo contrario a la filosofía impresa en los textos fundamentales.
Algo parecido me ocurre con la Iglesia Católica y con el catolicismo.
Los malos ejemplos y las malas prácticas no disminuyen mi convicción respecto de la institución y respecto de la religión.
Quizás de esto me terminé de convencer cuando me encontré con Biden, el actual presidente de EE.UU., en la capilla de la calle N en Georgetown en agosto de 2023.
Dos instituciones grandes y respetabilísimas:
La Iglesia Católica y Estados Unidos de América.
Respecto a ellas, yo no he cambiado; tampoco mis posiciones.
Comentários