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Nicolás Gómez Dávila

La inmadurez y superficialidad propias del ser humano que acumula años y años, y que deberían disminuir según uno se hace más viejo, no me son ajenas.


A medida que pude disfrutar de algunos textos y autores clásicos, empecé a rechazar lo que siempre admiré de la literatura de Nicolás Gómez Dávila.


Pero en estos días he pensado que no debo ser desagradecido.


Si a algo y alguien le debo mi interés por la filosofía es, precisamente, a la obra de Gómez Dávila y a él.


En la adolescencia descubrí sus notas, que, bueno, entendí, y él me animó a meterme por otros caminos filosóficos que también he disfrutado mucho.


Por ejemplo: ¿cómo, sin él, hubiera podido yo descubrir a los moralistas franceses?


¿Cómo, sin él, hubiera podido yo descubrir los Conciertos de Brandenburgo de Bach? A propósito, ¿qué tal los finales del número 2 y del número 3? ¿Fue su autor al cielo y volvió?


Procuraré encontrar su nota o su escolio, pero si no lo recuerdo mal, su descripción de lo que le producía oírlos es fiel.


Disfrutar los números 2 y 3 es ciertamente acercarse al cielo.

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