1) Hace unos meses escribía que es imposible o, por lo menos, muy difícil, resumir veinticuatro años de vida en cinco minutos de conversación con aquella persona que no veíamos hace mucho. Bueno. Parece pasar en algún momento de la vida algo similar a esto, pero no cuando se conversa con otros, sino, más bien, dentro del marco del diálogo interno que siempre sostenemos con nosotros mismos: que un pensamiento que dura un par de minutos contenga una conclusión respecto de las experiencias personales que se han vivido décadas tras décadas en el pasado. Esas conclusiones de pensamientos completamente simplificados y, por consiguiente, con tendencia a la mentira o falsos, no solo y así mismo son falsas, sino que también, son peligrosas. Es altamente probable que estos pensamientos sean todo lo contrario a pensamientos orientados por la razón y por el bien. En cierto sentido, son tentaciones materializadas en la forma de pensamientos nocivos a los que simplemente no debemos hacerles caso así aparezcan. Simplificar la realidad pasada de la propia vida no parece algo inteligente o útil. Esto es diferente a que, de la manera más razonable y sensata posible, se evalúe lo pasado y se aprenda respecto de lo que se concluya, si es que se concluye que hubo errores o equivocaciones.
2) Dice Baur (1956): “el orgulloso se enoja por haber pecado, esta comprobación le atormenta toda la vida, y se siente desgraciado por tener que admitir que a él le haya ocurrido semejante cosa. Pero el alma humilde acepta esta su miseria y la convierte en instrumento para convencerse de su propia nulidad” (p. 167).
¡Esto es verdad!
3) Sí. La vanidad. Siempre en el fondo de todo. Que mancha, además.
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