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Un día primaveral

En un día primaveral en Washington, cuyo mediodía termina con mi mamá y yo en frente de uno de los edificios más majestuosos que conozco, el de la Corte Suprema de Justicia —que de solo verlo hace imposible pensar que la corrupción habite allí o, por lo menos, que pueda habitar y que es una construcción tan majestuosa como el valor que encarna, la justicia, que hace risible o ridículo el escándalo eterno de corrupción colombiano y lo cual me hace sentir que en verdad nuestro país es una gran hacienda sabanera—, como maní y uvas pasas, diviso una ardillita que como quien no quiere la cosa se acerca tímidamente a tomar con sus patas la golosina que se me ha caído de las manos, y antes de haber disfrutado la tienda de arte, solo unas cuadras más allá, he tenido una verdadera experiencia de investigación bibliográfica que paso a relatar con detalles: me dirijo a la Biblioteca del Congreso del país más rico y poderoso del mundo, esa la más grande del planeta. Que no es solo un edificio, sino como cinco o seis que son inmensos. La señora me dice: “si quiere alquilar un libro debe obtener un pase de visitante”. Le explico que no tengo tiempo y que simplemente quiero ojear unos libros de moral y de filosofía del derecho que ya he encontrado previamente en internet. Ella responde que esos están en la biblioteca legal en otro edificio, no imponente, llamado “Madison”. Me dirijo allí recorriendo estas grandes cuadras de Washington que, en verdad, son inmensas, y me encuentro con un complejo lleno de laberintos y de cientos de puertas azules y verdes cerradas. Por el código de la oficina asumo que es el segundo piso a donde debo dirigirme. No encuentro tal oficina. Varios señores me ayudan a ubicarme, pero me indican los sitios erróneos, y al tercer intento veo una puerta verde cerrada en uno de esos laberintos inacabables y abrumadores y decido tocarla. Una vigilante afroamericana la abre y me dice “siga”. Yo lo hago y quedo en frente de un señor algo malhumorado que me dice: “esos libros se demoran cuarenta y cinco minutos en llegar y además usted debe tener un pase de visitante”. Le explico que soy extranjero, que soy “profesor” (en Estados Unidos, ser profesor es distinto a ser profesor en Colombia y, en todo caso, puede que eso tenga más de título o nombre que de realidad), y que, simplemente, quiero ojearlos. Responde, no menos malhumorado, que debo dirigirme a otro edificio, el “Adams”, específicamente el “Room 140”. Ese edificio “Adams” implica otra caminata extenuante por los grandes bloques de cuadras del Capitolio y una búsqueda igualmente difícil entre laberintos, oficinas interminables y ascensores que conducen a todas partes. Finalmente me encuentro con una mujer amable, de pelo blanco, de unos ochenta años, con gafas, en el “Room 140”. Le explico la situación. Me dice que ella no me puede ayudar, pero me conduce a otra oficina en donde hay más o menos seis hombres, uno de ellos con unas gafas enormes, como en un concilio, y de repente sale un personaje alto que me dice: “¿en qué puedo ayudarlo?”. Me entero de que es irlandés (por su acento). Le digo: “yo no vivo en este país”. Responde: “lucky you”, y luego me conduce a otra sala en donde gentilmente me presenta a una funcionaria que procede a ayudarme con los libros y con su fotocopia o escáner. Empieza su labor en frente de su computador, advirtiéndome que el derecho de investigación y copia vale dieciocho dólares por ejemplar, no reembolsables, y que cada página se cobra, adicionalmente; al cabo de veinte minutos me dice: “hay un problema: los libros que usted quiere escanear son posteriores a 1923. Debe pedir permiso a sus autores para copiarlos”. Al final, con buen humor, aunque frustrado, le digo: “esta ha sido una verdadera experiencia investigativa. Buscaré la forma de comprar los libros en Amazon”. Salgo del edificio, me encuentro con mi mamá, que parece disfrutar el aire fresco y el cielo azul perfecto de Washington, y nos dirigimos a la galería de arte a disfrutar de un almuerzo delicioso. Las cosas “parecen” perfectas en Estados Unidos, pero no lo son.

Relato escrito en 2015

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